miércoles, 3 de junio de 2015

Conversaciones ajenas, cuestión de percepción.

  Llego tarde, dos bondis no me pararon, hace frío y estoy resfriada. Mal día. Llega otro colectivo y este sí hace caso a mis señas desesperadas y pisa el freno.
  Subo al colectivo, saludo al chofer -gesto casi extinto-, le digo hacia donde voy a la vez que paso la sube y timidamente miro los lugares vacíos. Las primeras filas no cuentan, cuando te sentás en los primeros asientos lo más seguro es que en la siguiente parada suba una mujer embarazada o un abuelito y te pares para cederle el lugar (Aunque, a veces, creo que soy la única persona que todavía lo hace). Rápidamente visualizo los lugares vacíos, toda la hilera de a uno está ocupada y solo quedan unos pocos espacios, solos e incómodos, al lado de personas que tienen cara de no querer que te sientes al lado.
  Subirme al colectivo este Miércoles, me genero, en un segundo, mil sensaciones negativas, la poca consideración de los colectiveros, la falta de respeto y la poca cortesía de la gente, el apuro y los empujones. Me preocupa que los simples actos benévolos, como cederle tu lugar a un abuelito, ya no existan.
   Intento despejar eso de mi mente y qué mejor forma de hacerlo que ponerme los auriculares y teletransportarme a otro mundo. Pero... no, los deje en mi casa, y mi única opción es mirar por la ventanilla y esperar que el colectivo me lleve a destino. El día se pone mejor y mejor.
   Al no tener mis auriculares, ni un libro, ni tener mucha batería en el celular, mis sentidos pudieron distenderse y percibir aquellas cosas que uno normalmente pasa de largo:
  Mis ojos vieron a través de la ventanilla, sucia y rayada, mamás e hijos abrazándoce a la salida del jardín, parejitas sin poder sacarse las manos de encima, unos abuelitos cruzando la calle de la mano y nenes exaltados por el pochoclero en la plaza.
   Por otro lado, dentro del colectivo, las personas charlan en un volumen de voz muy alto, ante esto, suelo pensar: "Hable bajo señora, no me interesa escuchar que su gato ya no como el alimento de siempre", pero hoy, mis odios se lo tomaron distinto, "¡Mami, hoy empecé a escribir en cursiva!", "Me invito al cine boluda!!!", "¡Mi nieto menor está a 3 materias de recibirse de contador!", "Sí, pudo quedar embarazada, después de tanto tiempo buscando, la tenes que ver, le brilla la cara". Y ni les cuento el festín que se hizo mi nariz cuando subió un chico con un perfume que olía de lo más rico y encima se sentó adelante mio.
  Llego la hora de bajar y casi me paso de la parada, voy al fondo del colectivo casi corriendo y el chofer me espera. Al bajar me doy cuenta de mi buen humor, de la energía positiva que recorría todo mi cuerpo, de como todo ese mal humor y esa desesperanza por la raza humana que sentía cuando subí al colectivo, se había ido.
  Ver el amor en los brazos de los nenes, la expectativa en sus ojos, la fuerza en las manos de esos abuelos y los besos apasionados de los adolescentes, escuchar el orgullo de esa abuela por su nieto, y de ese nene por su nuevo merito, escuchar de una nueva vida que viene al mundo y como broche de oro, oler el perfume mas rico que había olido hasta el momento. Tanto amor, tanta alegría, -obviamente- me hizo bien, me cambio el aire, y creo que es solo cuestión de percepción.
  Nosotros elegimos que observar, que escuchar, podemos absorber esos comentarios puros y con luz propia, o podemos sumergirnos en las cosas negativas del mundo. La realidad es que un comentario de amor puede, como me pasó hoy, cambiarte el día.
  Yo elijo persivir felicidad. Vos, ¿Qué elegís?
 

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